El Mont Saint-Michel es una pequeña isla rocosa que cuenta con las mareas más grandes de Europa. Ubicada en el noroeste de Francia, debe su nombre a la abadía consagrada al arcángel san Miguel.
Es uno de los lugares más visitados de Francia, y desde 1979 forma parte de la lista del Patrimonio de la Humanidad de la UNESCO. Como dijo el dramaturgo y novelista francés Victor Hugo «El Mont Saint-Michel es para Francia lo que la Gran Pirámide es para Egipto».
Ha sido motivo de disputa entre Normandía y Bretaña. Cuenta la leyenda que el Mont Saint-Michel estaba en tierra de la Bretaña Francesa, pero a veces la naturaleza es caprichosa, y es que el río Couesnon, que marcaba la frontera entre las dos regiones, en el siglo XV de forma repentina cambió el curso del agua e hizo que el Mont Saint-Michel perteneciera a Normandía.
El Mont Saint-Michel durante toda su historia ha tenido varios usos: lugar de culto, prisión de alta seguridad y fortaleza.
No se puede acceder con el coche hasta él. Hay varios aparcamiento de pago, a un par de kilómetros, desde los cuales puedes subirte de forma gratuita a unos autobuses lanzadera que te dejan al lado de la entrada al pueblo.
Las mareas
Es un espectáculo ver la velocidad a la que suben y bajan las mareas. Dos veces al día podemos disfrutar de este fenómeno. Algunas llegan a tener 15 metros de diferencia entre la pleamar y la bajamar.
Antes de visitar el Mont Saint-Michel te recomiendo que mires la tabla de mareas para estar allí un par de horas antes de la pleamar y poder disfrutar del espectáculo. En 2014 se inauguró la pasarela de madera que hace que los habitantes del Mont Saint-Michel no queden incomunicados cuando el coeficiente de las mareas es alto.
Se puede pasear por la arena alrededor del Mont Saint-Michel cuando la marea está baja, pero recomiendan que lo hagas siempre con un guía. Las arenas movedizas pueden atraparte y la velocidad con la que sube el agua ha provocado más de un accidente.
Qué ver en el interior del Mont Saint-Michel
Una vez que atraviesas las puertas de entrada, una de ellas con puente levadizo, es como viajar al pasado. Sus calles empedradas, sus fachadas con entramado de madera de colores, y sus estrechas callejuelas parecen haberse detenido en el tiempo.
El Mont Saint-Michel está protegido por una muralla, que en la Guerra de los Cien Años resistió el ataque de los ingleses. Se puede caminar por ella, ya que hay accesos por todo el pueblo, y es uno de los mejores lugares para ver las mareas.
La Abadía se encuentra en lo alto de esta isla rocosa. Tiene forma piramidal, ya que su construcción se tuvo que adaptar a la complicada orografía del islote. Su iglesia abacial románica está sujeta por cuatro criptas que se encuentran bajo ella.
A través de la visita guiada, que hay disponible en varios idiomas, haremos un recorrido por distintas estancias como el claustro, la iglesia o el refectorio. Los monjes benedictinos regentaron la abadía desde el siglo X, aunque durante la Revolución Francesa fueron expulsados de ella para regresar años después. La abadía está construida a 170 metros sobre el nivel del mar. En lo alto de la aguja se encuentra la estatua del arcángel San Miguel. Pesa 820 kg, mide 3,5 metros y fue restaurada y pintada de color oro en 2016. Para llevarla a restaurar y volver a colocarla necesitaron la ayuda de un helicóptero.
En el Mont Saint-Michel podemos visitar otra iglesia, la de Saint Pierre, se encuentra custodiada por una estatua de Juana de Arco y rinde homenaje al arcángel San Miguel, quien la guió durante la Guerra de los Cien Años.
La Grande Rue es la arteria principal del pueblo. A ambos lados verás las típicas casas de entramado de madera de colores, restaurantes y tiendas. En cada uno de ellos, en su fachada, verás colgado el cartel con su nombre y un dibujo relacionado con él.
Gastronomía
El Mont Saint-Michel también tiene gastronomía propia. Son dos los platos típicos de esta zona: la tortilla suflé, también conocida como tortilla de la Mére Poulard, y el cordero salado. La tortilla la hacen en una cocina de leña con huevos batidos a punto de nieve dentro de un recipiente de cobre. El cordero de prado salado debe su singularidad a que el pasto donde se alimenta es el que la marea invade regularmente y le proporciona un gusto salado.
El Mont Saint-Michel es un lugar de cuento y una parada imprescindible tanto en tu ruta por Normandía como por la Bretaña francesa.