Por Gran Norte entendemos las extensas regiones de Siberia, Alaska, Groenlandia, Islandia, Escandinavia, Islas Svalbard y Territorio del Yukón. Cada una de ellas bien merecen un capítulo aparte. En todo caso tienen algo en común: son unas zonas del planeta donde la vida llega a su límite en toda la extensión de la palabra.
Pese a ser una línea imaginaria, el Círculo Polar Ártico señala una frontera real: la que separa los territorios propicios a la existencia humana, al sur, de aquellos otros más septentrionales donde la sequedad y el frío extremos casi imposibilitan la presencia continuada del hombre. Temperaturas gélidas, aterradoras tempestades, tinieblas que se adueñan del mundo durante meses, un suelo yermo, estéril, y la presencia de una fauna voraz, mantuvieron estas regiones boreales al margen del resto del mundo hasta hace apenas unas décadas.
La historia de su explotación por el hombre blanco está cuajada de tragedias y hazañas. Los pocos occidentales que se adentraron, lo hicieron animados por el afán de conocimiento, aventura o gloria. Sus nombres -Franklin, Peary, Amundsen, Nansen…- se han perpetuado como ejemplo de heroicidad y arrojo. Y las tierras que exploraron, como un desafío atroz que la naturaleza planteaba al hombre.
Esta percepción uniforme empezó a cambiar en 1922, cuando se estrenó la película Nanuk el esquimal, del director estadounidense Robert J. Flaherty. Sus conmovedoras escenas descubrieron insospechados rostros de la inmensidad ártica, un mundo complejo donde también había espacio para civilizaciones sofisticadas y paisajes de estremecedora belleza.
A todas esas realidades dedicamos este artículo. A los pueblos que viven en torno del Círculo Polar Ártico, representados por las culturas nenet de Siberia e inuit en Groenlandia, y a cómo vinculan belleza y espiritualidad en su vida cotidiana. También a los variados paisajes septentrionales, que abarcan desde la montañosa Alaska a la ígnea Islandia, y de las remotas islas Svalbard, antesala del Polo Norte, a la abrumadora tundra que se extiende por el norte de Asia. Mostramos la belleza de las auroras boreales y el primitivo porte del toro almizclado, una reliquia animal que, siglos atrás, compartió pastos con los mamuts. Y no ignoramos la forma en que el mundo moderno ha irrumpido en las regiones árticas, atraído por la riqueza en combustibles de su subsuelo.
Esplendorosos, inquietantes, tan distintos entre sí, los territorios del Gran Norte son una apasionante convocatoria para el viajero, quien aún puede descubrir en ellos una naturaleza y unas culturas en su estado más puro.