Hay pueblos y lugares de los que sabemos muy poco, pero de los que tenemos opiniones bien formadas. Ejemplo: los sicilianos, esos tipos que venden melones en los mercados, que vociferan y que pueden armar una discusión por un pequeño incidente de tráfico. Las sicilianas, esas mujeres que elaboran pasta y dulces armadas con un delantal y que llevan la batuta de la casa de forma marcial, pero con ademanes maternales e indulgentes. Como con todos los prejuicios, nos equivocamos aunque pueda haber una pátina aparente que nos dé la razón. De los habitantes de la mayor isla del Mar Mediterráneo, además, tenemos una idea más formada que del territorio que ocupan. Pocas personas acertarán a definir el paisaje siciliano, sus costas y ciudades. Es posible que incluso lleguen a confundir el Etna con otros volcanes afamados, también enclavados en suelo italiano.
Tan fascinados como a menudo estamos por las culturas que nos son exóticas y extrañas, por las lenguas y religiones incomprensibles, por las comidas cargadas de ingredientes que aparecen ajenos, muchas veces mantenemos una atrevida ignorancia sobre nuestros vecinos. Sicilia, engullida por el estrellato de otras regiones italianas y eclipsado el brillo de sus costas por el de otras playas idílicas, parece el gran diamante en bruto que nos queda en el Mare Nostrum.
Y eso que, puestos a enumerar atractivos, el papel se nos acaba antes que la lista. De ese jardín que los volcanes más patronímicos de la Tierra -¿hay algo más volcánico que Vulcano?- han forjado no tenemos más que exclamaciones que lanzar al aire. De suficiente tamaño como para huir de las zonas más frecuentadas, Sicilia permite todavía el descubrimiento. A los que piensan que únicamente es Italia. A los que creen que ya lo saben todo sobre el mundo griego clásico. A los que hayan imaginado que de arte barroco no podían encontrar nada nuevo. A los glotones que suponían haber satisfecho sus fantasías más delirantes en orgías de pastelería. Se puede vencer el tópico del país de los mafiosos y el atraso secular.