Si existe un río mítico, ése es el Nilo. Basta evocar su nombre, para que una asociación fabulosa nos venga a la mente: el Egipto faraónico, con sus esfinges, pirámides y templos descomunales; una civilización, tan fascinante como misteriosa. Los orígenes de nuestra cultura florecieron junto a este gran río, ya que Ajnatón -Amenofis IV- fue, seguramente, el primer soberano monoteísta, y algunas páginas decisivas del judeo-cristianismo se escribieron en las orillas del Nilo. Durante la Edad Media, egipcio fue sinónimo de mago. Más tarde, Shakespeare, con Marco Antonio y Cleopatra, crearía la leyenda de la gran reina, que siglos más tarde retomaría el cine. La campaña de Napoleón en Egipto y los hallazgos culturales de su expedición despertaron una verdadera «egiptomanía» en Europa. Escritores como Flaubert, Burton o Gautier, junto con los viajeros románticos, contribuyeron a magnificar el mito. Incluso se compusieron óperas -Aida o Semiranis- de tema faraónico. Casi simultáneamente, el descubrimiento de la piedra Roseta permitió descifrar los jeroglíficos.
Sin embargo, las fuentes del Nilo seguían siendo tan desconocidas a como en tiempos de Herodoto, Alejandro Magno, Julio César, Ciro o Cambises buscaron inútilmente el nacimiento del río. Muchos otros quisieron comprobar también las teorías de Ptolomeo, que lo situaba en las entrañas de África, en las legendarias Montañas de la Luna -el macizo del Ruwenzori-, pero todas las expediciones fracasaron. Hasta mediados del siglo XIX, no se desveló el enigma: qué había más allá de las cataratas de Asuán.
Resulta realmente paradójico que los antiguos egipcios no sintieran curiosidad por conocer las fuentes de su gran río. Para ellos, era algo tan evidente como la tierra, el mar o los astros. Simplemente, cada año crecía y aportaba el limo fertilizador. Los modernos egipcios, como sus antepasados faraónicos, siguen considerando las aguas del Nilo como su propiedad absoluta, a pesar de que ni una gota de agua alimenta el caudal desde su entrada en el país.
Sin embargo, los países de la cuenca, tradicionalmente tímidos en sus exigencias, cada vez levantan más la voz en solicitud de un reparto mejor de las aguas. Durante 1959, un tratado entre Egipto y Sudán estableció que el primero se otorgaba 55.5 kilómetros cúbicos, mientras que Sudán se quedaba en usufructo 18.5 kilómetros cúbicos. Nada se dice sobre los otros países de la cuenca. Ni siquiera Etiopía tiene asignado un cupo, aunque es el país que aporta un caudal mayor: el Nilo Azul proporciona el 80 por ciento de las aguas y su ímpetu es tan fuerte, que al unirse en Jartum al Nilo Blanco, consigue detenerlo. Más hacia el norte, el Nilo recibe incluso las aguas del Atbara, otro gran afluente que procede de las montañas de Etiopía.
Muchos países de la cuenca quieren poner en marcha proyectos de regadío para combatir la sequía y compensar el crecimiento demográfico. Durante la ocupación de Etiopía por los ejércitos de Mussolini, los ingenieros italianos proyectaron un gigantesco túnel que desviaría parte de las aguas del lago Tana, donde nace el Nilo Azul, hacia la llanura de Balas, para regar interminables tierras yermas y construir varias centrales hidroeléctricas. Los planes quedaron abandonados durante un tiempo, y cuando Haile Mengistu Mariam- el líder revolucionario que acabó con la monarquía de Haile Selassie- insinuó la construcción de una presa. Egipto hizo saber que la consideraría causus belli, motivo de una intervención armada inmediata.
La sed de Egipto es cada vez mayor, ya que debe afrontar un crecimiento demográfico espectacular -supera ya los sesenta millones de habitantes-, pretende irrigar amplias extensiones en el Sinaí y está construyendo gigantescos canales que transportarán agua desde el lago Nasser a Baris, a trescientos kilómetros, para irrigar áreas inmensas del desierto occidental.
Un reparto desigual
Los demás países de la cuenca se quejan del uso abusivo del Nilo por los egipcios, mientras ellos -con la excepción de Sudán- no pueden utilizar su caudal. Los egipcios replican que no se exceden ni una gota del cupo asignado según el citado acuerdo, que los países de la cuenca no asumen. Por otra parte, los planes egipcios sufrieron un duro golpe cuando la guerra civil sudanesa detuvo bruscamente el proyecto del canal de Jonglei, y evitaría la evaporación del 40 por ciento del caudal del Nilo Blanco.
Los expertos indican que el problema del agua será un gran motivo de conflictos en este siglo. El causado por el agua del Nilo será, sin duda, uno de los principales. Pero mientras llega el día, no tan lejano, en que el río sea domado por multitud de presas y canales, el mítico y orgulloso Nilo seguirá escondiendo sus secretos en los pantanos inaccesibles del sur de Sudán y en el altiplano etíope.
Jordi Esteva