La ciudad de Marrakech o Marraquech, está bien escrita de las dos formas, es la antigüa capital del pueblo bereber. Hoy es la urbe más importante del sur de Marruecos donde conviven un millón y medio de habitantes. Bien como destino turístico de los propios marroquíes que se lo pueden permitir, bien por la fama de la ciudad que atrae a turistas en especial europeos; lo cierto es que el turismo se ha convertido en su principal fuente de recursos. Y a la postre, eso se nota una vez pones el pie en el lujoso y moderno aeropuerto inaugurado con motivo de la Copa de África de fútbol del año 2016. Una estructura de modernidad, buen gusto y adaptación a los gustos locales.
Lo más recomendable es viajar, por el tema de las altas temperaturas, en primavera y en otoño. Al fin y al cabo, nos encontramos casi a la altura de las islas Canarias. Pero la cordillera de los Atlas, con nieve casi hasta el propio verano, envía además del agua necesaria para vivir y regar las fértiles huertas de la ciudad -de ahí su origen- una brisa fresca en especial durante las noches que enfrían el ambiente para poder dormir y alivian en parte a los sufridores turistas que llevan mal las altas temperaturas.
Si lo que usted pretende es viajar a un lugar turístico de calor pero con todas las comodidades de las vacaciones les recomendamos los muchos hoteles occidentales que existen en la ciudad, fuera de la Medina, esto es, de la vieja ciudad amurallada. Allí tendrá a precios muy razonables todas las comodidades imaginables. Y, desde su hotel, poder contratar alguna que otra salida bien turística, bien deportiva.
Pero sin embargo, usted es de los que quiere embriagarse y empaparse de la ciudad que visita tiene que contratar un riad, que no es otra cosa que una casa marroquí dentro de la Medina donde sus dueños atienden a quien se aloja. Los hay con más comodidades o con menos. Es la fórmula más barata y acertada para sumergirse en la cultura de la vieja capital.
El consejo mayor que se les puede dar a todo occidental es que no contrate, compre o haga nada sin antes negociarlo. Todo, absolutamente todo, está pensado para obtener el mayor rendimiento posible al turista. Empleados que le llevarán a los comercios donde llevan comisión, guías que recomiendan lo que ellos tienen pactado y una fortísima presión en las calles para pedir limosna, comprar en sus tiendas y bazares e incluso si están tranquilamente tomando un refrescante té verde con menta varios niños o mayores querrán sacar lustre a su calzado a cambio de unas monedas. Es, sin dudarlo, el mayor problema que presenta esta mítica ciudad: la agresividad comercial.
De los lugares más atractivos por su importancia histórica y patrimonial son la puerta bereber mejor conservada de un recinto de 15 kilómetros -casi todo- de muralla de barro y paja. La Madrassa, escuela coránica en desuso desde los años 60 y que muestra el arte hermano del nazarí español. El Jardín secreto, un palacete y oasis de paz y fresco en medio de las estrechas y sucias calles del casco viejo.
Las diversas mezquitas a las que los occidentales tienen prohibido el paso. Los minaretes que controlan el sky line de Marrakech con sus horaciones diarias que imponen a los neófitos en la materia. Alguna que otra fuente histórica, baños públicos y casas de masajes marroquíes. El Jardín de Majorelle, a las afueras en la ciudad nueva; una extensión de terreno rescatada de la usura urbanística por Yves Saint Loren y Bergé para brindar un bosque de plantas y aguas exóticas.
Pero sin duda, el punto principal de la ciudad y de la vida se encuentra en la Plaza Jemaa el Fna. Siempre bulliciosa y con tres tipos de ambientes según la hora del día en que se pase por ella. Mercado local, artistas y vendedores de casi todo lo imaginable, hasta curanderos, santeros…por la mañana. Por la tarde comerciantes y puestos de frutas que reciben las bocanadas de turistas que salen de las calles del zoco tras horas de recorridos por calles estrechas, con falsos techos y cargados de compras. Ver atardecer entre sus míticos cafés y sus terrazas. Y finalmente, la noche con puestos de comidas de todas clases al ruido de tambores, flautas y gentío ofreciendo sus enseñeres. Los amantes de la escrupulosidad o de la tranquilidad tienen prohibida esta experiencia.
El marroquí además de su propia versión del árabe, es la unión de varios pueblos que habitaban desde el norte la Sierra del Rift hasta el sur el antigüo Sahara español que hoy han conquistado por medio de las armas y la diplomacia. Tema este tabú en las tertulias con los lugareños. El Gran Marruecos de la dinastía alauita no concibe otro mapa geográfico y administrativo que desde el estrecho de Gibraltar hasta la frontera con Mauritania, incluídas Ceuta y Melilla. Sus relaciones con su vecino de al lado, Argelia, no son buenas, pero sus culturas son similares. Ambos tienen como metrópoli a París y el francés como segundo idioma.
Se diría que poco a poco la grandeza de la ciudad que fue capital de reino se rescata del olvido. Mucho hay que restaurar aún, aunque cierto es que ese abandono natural le da un aire romántico a los edificios principales.
Los platos principales son el tallín -verduras y legumbres con carne de pollo, ternera o cordero- y el cuscús también con estas carnes. Para beber siempre agua -embotellada- y té. El alcohol está prohibido y mal visto, pero en los restaurantes de lujo y hoteles no hay problema para encontrar cerveza local, vino de la zona y licores importados, eso sí, a gran precio con respecto a la cesta de la compra normal.
Que estamos en el país más occidental de toda África no nos quedará duda. La seguridad es bastante buena. La policía es muy temida por la población. El respeto al rey es casi de grado divino y cabeza religiosa, no solo política. Se diría que los esfuerzos gubernamentales por la modernización de Marruecos se notan pero cuesta hacerlos realidad.
Por último, a los viajeros les recordamos que vamos a un país de distinta cultura a la nuestra. Por lo que no se extrañen de ver a monos, serpientes, camellos, caballos, salamandras y otros animales utilizados para espectáculo en condiciones deplorables. Así como el uso de niños y mujeres para pedir o trabajar frente a un hombre más ocioso. Es otra cultura. Las farmacias les ofrecerán productos tradicionales de la medicina bereber, para la piel, para dolores de huesos, estomacales y hasta la «viagra bereber». El olor a especies, a cuero curtido y la propia ciudad es algo que también puede gustar o no. Pero para saberlo, hay que probarlo.