Víctor Amor/ ICAL Anhelos, creencias, esperanzas y modelos de conducta para la población rural, desde la concreción y la concisión. Así son los mensajes que el románico ha dejado en la piedra y que se han convertido en un gran atractivo en las visitas a los templos. Mensajes directos, para que fuesen fácilmente digeribles por los fieles, que debían asumir en su rutina la idea del bien contra el mal y las consecuencias de no seguir con el adoctrinamiento impuesto por el cristianismo y que son fácilmente descifrables hoy en día en algunas iglesias como la de Moarves de Ojeda y en Vallespinoso de Aguilar, donde harpías, monstruos, guerreros medievales y calendarios de oficios tradicionales convierten a sus piedras en ejemplos claros de los mensajes románicos.
“Son mensajes claramente moralizantes que pretenden lanzar una idea del bien contra el mal, de una forma sencilla, porque hay que tener en cuenta que la mayoría de la población rural era analfabeta”, explica a Ical el coordinador del Centro del Románico ROM, César del Valle, quien también destaca que de este modo, a través de las piedras, la iglesia mostraba las consecuencias de lo que les podría suceder en caso de no cumplir con lo que se les imponía. Sobre todo, en el exterior de los templos, donde en los canecillos, capiteles de las portadas y frisos se crearon verdaderas viñetas en piedra, como los que se pueden ver en la iglesia de Santa Cecilia de Vallespinoso de Aguilar, donde su portada muestra una escena que versa sobre las consecuencias de la avaricia.
El románico tomó como suyos, por ejemplo, los bestiarios, haciendo muy frecuentes la aparición de animales tanto reales como fantásticos, cada uno con su propio significado. Las representaciones de la vida cotidiana no quedaron tampoco atrás, y la aparición de músicos, escenas de caza o combates entre caballeros son uno de los motivos más conocidos en la iconografía románica, además de las escenas en piedra vinculadas a la iconografía sexual, una cuestión muy recurrente dentro de este estilo artístico.
El gran recurso de los bestiarios
Las culturas griega y romana o la bizantina dotaron de un aire sacro a la estética pagana de monstruos y bestias la estética pagana que tenían estos animales que, reales o imaginarios, son protagonistas habituales de los elementos ornamentales, aportando un mensaje didáctico, algunos de ellos para mostrar el bien y otros para recrear el mal o el diablo.
Entre los animales reales que se emplearon para representar el bien se encuentran fundamentalmente las aves, a menudo por comparación con el alma, ya que pueden ascender y alejarse de lo terrenal en busca del Cielo; en muchas ocasiones aparecen representadas iniciando su vuelo hacia el cielo. También el león y el águila por su fuerza y nobleza suelen representar valores positivos, inclusive negativos. Entre los animales frecuentemente relacionados con el mal suele aparecer el mono, como caricatura grotesca del hombre, la serpiente, símbolo por antonomasia del pecado y del demonio, entre un sinfín de representaciones, que también abrazan a lo fantástico.
Mensaje
La expansión de este estilo artístico en las zonas rurales y lejos de las rutas de peregrinación y de los grandes templos va adecuando los mensajes a la población a la que se dirige e incorpora, por tanto, escenas cotidianas y motivos de costumbristas. De hecho, capiteles y canecillos recrean las costumbres de la época con cacerías, fiestas, banquetes, lances guerreros o la vida social. Por ejemplo, la iglesia de Santa Cecilia de Vallespinoso, uno de los principales ejemplos de este estilo artístico recrea un calendario de oficios en su fachada principal.
La representación de las escenas cotidianas llega a su máximo extremo al aparecer en innumerables iglesias motivos explícitamente eróticos, como un elemento más de la vida de la gente, pero con el añadido del componente moralizante. Un recurso que se ha convertido en atractivo para las visitas a los templos, donde muchos adeptos buscan sus propias interpretaciones sobre los motivos con carga sexual, interpretaciones que se extienden a cualquiera de los elementos, siempre envueltos en el particular halo de misterio del románico.