Irlanda, la isla que renace

Durante décadas, Irlanda ha sido el paradigma de la isla pobre entre la rica Europa. Sus habitantes se veían obligados a emigrar para embarcarse en aventuras inciertas y buscar la prosperidad económica en tierras lejanas. Pocos pueblos como el irlandés han sabido conservar su carácter con mayor fidelidad, a pesar de las duras pruebas a que se vieron sometidos.

Azotados por el viento inclemente y la fuerza de un mar embravecido, estrujaban sus verdes campos para conseguir apenas patatas y productos derivados de la oveja. Sobre tan frágil base construyeron su nación y debieron afrontar una lucha desigual con un vecino poderoso y expansionista que escindió el territorio de la isla, abriendo una herida de muy difícil curación. Vivieron años complicados, hasta perder el uso de su propia lengua, un gaélico que hoy regresa pausada pero inexorablemente.

Los irlandeses se toman el viento, la lluvia, los avatares históricos…y cualquier otra cosa, con gran sentido del humor, tal vez la única manera de sobrevivir en una isla, en principio, tan poco amable. Hubieran podido embrutecerse en su aislamiento y en la aspereza del clima. Y sin embargo optaron por regalar al mundo la alegría de su música, la brillantez de sus literatos y el aroma de su whiskey.

 

A finales del milenio los condicionantes económicos han dado un vuelco, y la Irlanda de hoy se erige como uno de los países más pujantes de la Unión Europea. Desaparece lentamente el alto paro, fluye algo el dinero y los emigrados regresan. La amputación dolorosa del Úlster entra en el camino de la paz. Ahora, todos son buenos augurios para la isla verde.

 

 

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