Cuando un país tiene una región de magnetismo poderoso que por sí sola es capaz de movilizar a los viajeros, tiene una fortuna incalculable. Es lo que le pasa a Chile con sus territorios patagónicos y magallánicos. El mito de tierras batidas por el viento donde habitaron gigantes, el lugar donde el mundo se acaba y marinos de todos los tiempos han debido de enfrentarse a mares de fiereza desatada son capaces, sin ayuda de otras fuerzas, de hacerse con el protagonismo del país.
Chile, afortunadamente, tiene muchos atractivos adicionales. Su configuración territorial, única en el mundo, facilita el tránsito de paisajes y climas. Por tanto, también de gentes y maneras de hacer las cosas, comer y divertirse. Es evidente que la Patagonia y Tierra de Fuego atraen como un remolino irresistible. Pero también lo hacen los menos conocidos desierto de Atacama, Aracaucanía o cordillera de los Andes. Y así, como en una lección de geografía que se toma a bordo de autobuses desvencijados, van desfilando volcanes nevados que rozan los siete mil metros de altura, salares llanos y blancos como espejos, estaciones mineras polvorientas y decadentes, bosques frondosos y lagos hasta llegar al sur, donde el reino de los hielos y los laberintos pétreos se muestran en su máximo explendor.
Los avatares de la historia han proporcionado a Chile, además, territorialidad sobre lugares tan dispares como una parte de la Antártida, el archipiélago de Juan Fernández (donde el drama de un marinero llamado Alejandro Selkirk dio pábulo a la hermosa historia del náufrago Robinson Crusoe) o los primeros y más orientales territorios polinésicos, la isla de Pascua.
De cabo a rabo, hemos paseado por las ciudades de calidez mediterránea, los eriales septentrionales, las exuberancias boscosas del centro y los austeros dédalos isleño meridionales. Todo ello, intentando en cada experiencia descubrir, tras la adustez y la socarronería de los chilenos, a una gente y un país que se distinguen por su hospitalidad y que desde ahora están obligados a convertirse en una referencia viajera por la belleza de sus paisajes y no por los escabrosos sucesos políticos que alteraron la vida cotidiana durante décadas. Chile y los demás ciudadanos del mundo nos merecemos el regalo que la naturaleza en estado puro nos brinda para aprender y disfrutar.