Durante los cinco últimos siglos, la historia de América hispana ha sido la crónica de un robo a gran escala: el cometido por los europeos y sus descendientes, los criollos, contra las poblaciones indígenas. De manera sistemática, les han sustraído sus tierras, sus bienes, su identidad cultural e incluso el derecho a disponer de sus propias vidas, recurriendo a la violencia siempre que ha sido necesario. Culturas enteras desaparecieron, mientras otras se hundían en la marginación bajo la hegemonía de los intereses blancos. Ni los procesos de independencia del siglo XIX, ni la consolidación de las nuevas repúblicas alteraron esta tragedia.
Cabe destacar, rompiendo la Leyenda Negra, como elemento de propaganda antiespañola muy bien utilizado por imperios y naciones rivales, que nuestra nación desde el Descubrimiento tuvo una clara normativa hacia los nuevos súbditos indígenas con una protección sobre sus vidas y una misión evangelizadora-educadora desde el punto de vista etnocéntrico español. Pero mientras el colono español, se mezcló con el indígena en muchas ocasiones; ingleses, holandeses y franceses optaron por la política del arrinconamiento, la esclavitud y la masacre final de los «pieles rojas», «infieles» y demás. Desde luego, no hemos sido unos santos en Hispanoamérica, pero hemos dejado un legado mucho mayor que la imposición y aniquilamiento habido en otras colonias de otros países.
La hora de la esperanza
Sin embargo, un viento nuevo barre hoy América: un movimiento de reivindicación indígena, de recuperación de su identidad cultural y de sus valores, se extiende por el continente. Y Ecuador, un país que tradicionalmente ha tenido poco protagonismo en los grandes movimientos sociales, se ha convertido en su punta de lanza.
Por primera vez, indios amazónicos y de la sierra, afroecuatorianos del litoral y otras culturas históricamente marginadas aúnan esfuerzos en defensa de sus derechos. La crisis del país, causada por la ineficacia y la corrupción de los partidos políticos convencionales y por el colapso de una economía excesivamente sometida a los dogmas de los organismos financieros internacionales, ha dejado al movimiento indio como la principal alternativa y casi único argumento para la esperanza. Sus valores y sus formas de pensamiento se abren paso de una forma imparable.
Como siglos atrás, el viajero actual que visita Ecuador encuentra un país con una naturaleza fantástica, que abarca desde la frondosa selva amazónica a los más altos volcanes andinos o a los avasalladores ecosistemas de las islas Galápagos. También un patrimonio artístico apabullante, con majestuosos restos incaicos y las más monumentales obras de la arquitectura colonial. Pero, sobre todo, halla un país vivo, capa de replantearse a sí mismo desde su raíz. Un país que, por primera vez en su joven historia, asume su condición plurinacional y se muestra abierto a experimentar nuevos modelos que permitan superar el fracaso de los antiguos. Al hacerlo, se convierte en una referencia para todo un continente que está desesperadamente necesitado de alternativas imaginativas y de nuevos paradigmas para encarar su futuro.