El corazón de los Andes, Perú

Perú es uno de los países más asombrosos y desconocidos de América Latina. Para muchos, es un destino pendiente, un viaje aplazado a causa de la inseguridad que sufrió durante décadas. Hoy, Perú ha recuperado la normalidad y se abre al mundo.

Muchos viajeros acuden a Perú seducidos por la fuerza del mito, por la fascinación que ejercen las antiguas culturas y civilizaciones andinas. Sin embargo, la cordillera y el altiplano donde se desarrollaron apenas representan un tercio del territorio del país. Más de la mitad de la superficie peruana pertenece geográficamente a la depresión amazónica. Y el resto, es la estrecha franja costera comprendida entre los Andes y el océano Pacífico, donde se concentran la mayor parte de la población y de la actividad económica y política.

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Son tres universos unidos y radicalmente distintos. Tres caras diferentes de un mismo Perú, que ofrecen a simple vista desmesurados contrastes. Se puede, en un solo día, pasar de la inmensidad del océano a la del desierto, flanquear puertos nevados y dormir en plena selva tropical, siguiendo rutas que enlazan una sucesión de escenarios colindantes y, al mismo tiempo, antagónicos: pesquerías industriales, ciudades modernas, explotaciones agrícolas mecanizadas, pastores de la puna -un altiplano inhóspito, por encima de los tres mil metros de altura-, adehuelas perdidas, campesinos que trabajan la tierra con herramientas preincaicas, y comunidades amazónicas que viven de la caza y la recolección. Gentes y paisajes con forma de vida divergentes, pero que evidencian la riquísima diversidad cultural del país.

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Para algunos, la andadura del moderno Perú empieza en el momento mismo de su independencia, durante 1821, cuando, apenas emancipados de la Corona española, los libertadores iniciaron un nuevo capítulo de luchas para hacerse con el poder. Los generales, crecidos por la reciente victoria, ya no compartían intereses ni objetivos con los grandes propietarios de minas y tierras, y, a río revuelto, las potencias extranjeras con más peso en la región, sobre todo Inglaterra y Estados Unidos, impusieron sus condiciones.

La oligarquía criolla, identificada con los valores e intereses del Occidente industrializado, asumió un modelo económico basado en la exportación de materias primas. Un modelo que iba a generar nuevas formas de producción y nuevas formas de dependencia, más lesivas, si cabe, que la subordinación colonial. Perú era rico en guano, nitratos y otros minerales; en caucho y en productos agrícolas, como la caña de azúcar y el algodón, y las actividades extractivas o productivas quedaron con frecuencia bajo el control directo de los países importadores, o en su defecto, de algún representante local con una probada lealtad a sus intereses.

De un mundo hecho de ganaderos y agricultores autosuficientes, se pasó al nacimiento de un proletariado urbano. Un proletariado que era cada vez más distinto de las sociedades campesinas mayoritarias y, a medida que avanzaba el siglo XX, más partícipe de las distintas corrientes ideológicas que habían de desembocar en profundas transformaciones políticas y sociales.

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El difícil equilibrio entre tiene como resultante un Perú cada vez más mestizo, con raíces sagradas milenarias pero también las evidencias de una vida moderna y desarrollista introducida desde fuera. Entre el pasado y el presente, merece al pena una visita a Perú.

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