Las olas transportaron, desde el lado opuesto del Océano Atlántico, a miles de esclavos africanos que tuvieron que hacerse con un nuevo país, una nueva religión, un nuevo idioma, otras comidas.
De ese traslado forzado y brutal germinó una semilla que es, en buena parte, el Brasil litoral de hoy en día. Un lugar con el alma negra y el cuerpo mestizo, fruto de fusiones infinitas entre lo que provino de África y lo que ya había en América, aderezado con inmigrantes europeos.
Un país que tiene un territorio equivalente a quince veces la Península Ibérica es inabarcable. Para los viajeros, pero seguramente también para los propios brasileños. Hemos preferido abordar en esta ocasión una región lo más homogénea posible, dentro de sus variadas características. De ahí que hayamos escogido ese mundo que tiene que ver con el alma africana de Brasil, el de las costas superpobladas, donde se concentran las mayores urbes y una infinidad de núcleos de población. El área donde la cultura negra tiene más peso que la indígena propiamente dicha, aun cuando se trate de una región en la que bullen multitud de vectores culturales y tradicionales, mezclándose hasta generar una pasta de la que nadie sabe el cierto origen. El Brasil de la despreocupación por el futuro más inmediato -y no digamos el lejano- del goce de la vida por encima de cualquier otra cosa. Cachaza, sexo, baile, capoeira, conversaciones a la puesta de sol, rindiendo culto a dioses que no son ni cristianos ni africanos, sino una mutación complicadísima.
Es Brasil un gigante y una potencia en Suramérica y en el mundo. Y es, al mismo tiempo, el territorio donde se pueden combinar las mayores crueldades cotidianas. Un país y un sistema económico que han fabricado varias generaciones de supervivientes profesionales. Gentes que deciden olvidar el sufrimiento por el que pasó ayer y la angustia por el qué sucederá mañana para dedicarse a disfrutar únicamente el hoy, apasionándose por el puro placer en forma de deportes, música, amor. Un pueblo vital que se desborda a sí mismo.
