Explica que a los animales les influye el fotoperiodo, es decir, que las tardes se vayan acortando. Además, deben de “mojarse el lomo”, por lo que son importantes las “bajas temperaturas, la lluvia o humedad y los periodos de luz”. Los machos localizan a grupos de hembras, que suelen encontrarse en terrenos de buena alimentación otoñal. Tras ello, marcan a esos grupos con orín o rozándose con los arbustos cercanos para impregnar la zona con el olor de cada macho. De esta forma, delimitan el pequeño harén que ellos han elegido.
El ruido de la berrea sirve para “alertar a otros machos de la zona de que son más fuertes que ellos y para evitar que se acerquen a las hembras que ha elegido”, aunque, los berridos “se comienzan a contagiar y cada ciervo lo hace de la manera más fuerte que puede para intentar mostrar su poderío”, puntualiza Archaga.
Lucha por la hembra
En el momento en el que interfieren dos machos en el mismo territorio se producen “luchas muy intensas con las cuernas, las cuales se pueden prolongar en el tiempo si los dos ejemplares son de similar tamaño”. Un ritual “curioso con el que comienzan a caminar en paralelo mirándose de reojo entre ambos hasta que llega el momento en el que chocan las astas”, añade.
Tras en el enfrentamiento, el vencedor se queda con el grupo de hembras y el derrotado se retira de la zona. Según la técnico de Medio Ambiente, este fenómeno es “pura selección natural», dado que la “potencia de la cuerna y el poderío se representa con los machos mejores dotados”. Tal es así que un estudio reciente en la materia asegura que el “tamaño de la cornamenta está relacionado con la fertilidad y, por consiguiente, con la cantidad y la calidad del esperma”, explica.
No obstante, las hembras “no están siempre receptivas, ya que entran en celo cada 19 días durante este periodo”. Este es el motivo por el que hay ocasiones que los machos “montan a la primera a las hembras”, pero, en otras ocasiones, “no ocurre así y se resisten hasta la llegada del nuevo celo”, detalla.
El periodo de gestación trasciende ocho meses, y la hembras viven hasta 20 años. Son más longevas que sus compañeros, que rondan las 13 temporadas, por lo que, a partir del tercer año, ya son adultos y pueden aparearse.
Visitas responsables
Para poder disfrutar de este espectáculo natural, desde la Casa del Parque recomiendan los entornos de los embalses de Ruesga y de Camporredondo, la Senda del Gigante de Valle Estrecho, así como la Senda del Valle de Tosande. Para ello, la mejor manera es el uso de prismáticos o telescopios y así evitar riesgos.
Archaga relata que, en general, “son buenos todos esos lugares, siempre y cuando los visitantes sean responsables y respeten las distancias con los animales”. “Hay personas que quieren sacar la foto perfecta y se salen de las pistas, además de perseguir a los animales”. Por tanto, estos comportamientos provocan que los arenes y los machos se muevan de los territorios habituales, que son aquellos donde hay buena alimentación, señala.
“Es poco responsable salirse de las sendas, además de peligroso, ya que, en la época de celo, los machos pueden ser agresivos y arremeter contra las personas, al estar más irascibles”. No son los únicos inconvenientes. Recuerda que entran en juego las zonas oseras y la posible presencia de algún ejemplar, que puede provocar “algún encontronazo campo a través”, apunta.
Con motivo de la situación sanitaria, la monitora traslada que las empresas encargadas de organizar visitas están siendo responsables, de la mano de grupos reducidos y desinfectando los vehículos y el material óptico que prestan, con el objetivo de que la actividad sea segura. Aunque la gente es más reticente a juntarse con otras personas, asevera que la afluencia a los espacios naturales no ha descendido tanto como esperaban.