Atapuerca, hogar de los primeros fósiles humanos hallados

Junio de 1968. El espeleólogo burgalés José Luis Ulibarri escribe una carta a su colega Francisco Jordá. Es breve, precisa. Le indica que «unos 700 metros antes de la localidad de Ibeas de Juarros (Burgos) y a 200 metros a la izquierda de la carretera, en unas tierras labradas, ha encontrado numerosos sílex, la mayoría de buen tamaño. Muy pocos trabajados. De gran importancia. Similares a los primeros que aparecieron en 1962, pero de apariencia más antiguos”.

Del inicio de una aventura emprendida por el destinatario y el autor de la anterior misiva en una época en la que poco o nada se conocía sobre la Evolución Humana, la Paleontología y la Arqueología en una España que intentaba superar los ecos de la posguerra para abrirse al exterior. Los primeros científicos que llegaron al que hoy es uno de los yacimientos más importantes de toda Europa, lo hicieron sin medios, por casualidad y sin la ayuda económica de ninguna administración.

Todo comenzó en el otoño de 1962. Sin constancia del día exacto, los miembros más veteranos del grupo de espeleología burgalés Edelweiss lo sitúan en octubre. Fue el propio José Luis Uribarri, miembro del grupo, quien en una de las cavidades situadas en el trazado de la Trinchera del Ferrocarril localizó diversos huesos fosilizados, lo que le permitió evidenciar la gran antigüedad de aquel yacimiento inabarcable al que bautizaron como Trinchera, sin diferenciar como hoy entre los yacimientos de Galería y Gran Dolina.

Pese a que el descubrimiento tiene lugar en 1962 no es hasta abril del año siguiente cuando se produce la visita oficial al yacimiento. “Fueron muchas personas, se hicieron todos la foto y fue el momento en el que se dieron cuenta de lo viejo que tenía que ser aquello, relata Martín, quien escuchó en su momento contar esta historia a quienes la vivieron en primera persona, ya fallecidos. Es en este momento cuando comienzan a aparecer nuevas piezas que hacen que muchos arqueólogos y paleontólogos fijen su mirada en la sierra burgalesa.

Permisos y expolio

La ausencia de una ley estatal que velase por el patrimonio y la carencia de una administración centralizada en la que no existían gobiernos autonómicos, y mucho menos ayudas por parte de éstos, hizo que los primeros años de Atapuerca fuesen caóticos y algo confusos. El eco de las noticias que llegaban desde los medios de comunicación, que ya por aquel entonces hablaban de Atapuerca como “el yacimiento prehistórico más importante del país”, llevó a paleontólogos de todo el país a intentar rascar algo en la sierra de Atapuerca. “No se ha contabilizado todo lo que pudieron llevarse, pero fue mucho”, sentencia Martín, quien explica que muchos de los grupos de trabajo de la época eran “obreros” que pasaban horas y horas picando hasta encontrar fósiles que llevarse.

Uno de los museos al que fueron a parar los restos de Atapuerca fue el de Sabadell. El equipo encabezado por Crusafont se llevó muchas de las piezas que encontró en la campaña de excavaciones a su museo y, ante la ausencia de reclamación alguna, exhibió durante años los restos en una vitrina en la que podía leerse “restos del Paleolítico Inferior del yacimiento de Trinchera. Atapuerca, Burgos”.

Alarmados por la presencia de intrusos, el Boletín Oficial de la Provincia de Burgos publica el 24 de octubre de 1968 una norma en la que se indica que «queda absolutamente prohibida la entrada a las cuevas que poseen interés artístico o yacimientos prehistóricos a toda persona que no vaya debidamente provista de un permiso especial que otorgará el Servicio Espeleológico Provincial». Sin embargo, no sería hasta la promulgación de la Ley de Patrimonio en 1985 cuando todos estos incidentes quedasen resueltos por completo y ningún particular pudiese salir del yacimiento con restos en sus manos o furgonetas.

Primeros reconocimientos

La primera exposición que oficialmente exhibió el material más importante hallado en las cavidades de la sierra burgalesa tuvo lugar en 1968 en el Museo de Burgos, ubicado en la calle Calera. En junio de ese año, el grupo Edelweiss recibe los primeros restos paleontológicos estudiados por el profesor Villalta, datados en unos 500.000 años, que sirven de excusa para atraer la atención hacia el recién remodelado museo provincial de la capital.

La exposición coincide en el tiempo con el descubrimiento de otro gran hito del arte prehistórico: Ojo Guareña. La mayor parte de los estudiosos que participaban en Atapuerca se dieron cuenta de lo fácil que resultaba encontrar restos en Ojo Guareña y las horas que había que emplear en Atapuerca y deciden abandonar temporalmente el proyecto burgalés. Se inicia un parón de años, recuperado por Trinidad Torres. ‘Trino’, como le conocían sus amigos, inicia sus trabajos en la Sima de los Huesos en 1975.

“Queda muy sorprendido al entrar en la gran cueva de los osos”, relata Martín, quien describe aquel espacio como una gran cavidad con restos de osos de todos los tiempos. En una de las campañas de Trinidad Torres aparecen junto a los restos de osos los primeros fósiles humanos que Trino muestra a su director de tesis, Emiliano Aguirre. “Eran dos trozos de mandíbula sin mentón que casaban perfectamente y de los que se supo nada más verlos que eran del Pleistoceno Medio”.

Atapuerca, terreno militar

Uno de los episodios menos conocidos de Atapuerca fue el que enfrentó al Ministerio de Defensa con los responsables del yacimiento al encontrarse parte de éste en terreno militar. En un momento en el que comenzaba a oírse el nombre de Atapuerca en toda Europa y comenzaban a aparecer restos de mayor importancia era habitual que los miembros de la campaña coincidiesen en tiempo y espacio con militares que hacían sus maniobras a pie de yacimiento. “En una ocasión estuvieron a punto de hacer saltar por los aires Gran Dolina porque el mando superior dio orden de hacer una voladura sin percatarse de que estaban al lado de los yacimientos”, explica Martín.

La pugna con Defensa duró varios años hasta que finalmente, y al amparo de la recién promulgada Ley de Patrimonio, se prohibió el paso a los militares al entorno del yacimiento. En 1987 se incoa el yacimiento a favor de Patrimonio y a partir de ese momento se declara Bien de Interés Turístico Nacional.

Sueños cumplidos

La guinda del pastel se pone en el año 2000 cuando la UNESCO declara a Atapuerca Patrimonio de la Humanidad. Ortega recuerda aquel día con especial emoción. “Me llamaron de la radio para pedirme una valoración y les dije que todavía no me lo creía. Lloramos mucho aquel día”, afirma. La declaración de Patrimonio de la Humanidad puso un punto y aparte en los descubrimientos. Ayudas estatales, regionales y fondos europeos de todo tipo llegaron en un momento crucial. Al mismo tiempo comenzó a fraguarse una idea con intensidad: construir un gran espacio en el que conservar las piezas que habían ido apareciendo en los yacimientos e iniciar una serie de viajes al exterior para dar a conocer los tesoros de la sierra.

El sueño de Atapuerca lo componen muchos restos: los 3.500 restos de homínidos pertenecientes a un mínimo de 32 individuos de la especie Homo heidelbergensis; el cráneo número 5, ‘Miguelón’, que se encontró en la Sima de los Huesos en 1992, y que es el resto mejor conservado del registro fósil mundial; la pelvis ‘Elvis’, encontrada en 1994 y perteneciente a un homínido de hace más de 500.000 años y el bifaz ‘Excálibur’, encontrado en 1998 y que se supone que fue la primera herramienta simbólica que pudiera explicar posibles ritos funerarios, entre otros. Todos estos tesoros pasaron años en laboratorios de la capital española para proceder a su estudio y dieron la vuelta al mundo convirtiendo a Atapuerca en un centro de referencia científica para todo el mundo.

Diez años después de la declaración de Patrimonio de la Humanidad Aguirre y sus alumnos, convertidos en doctores y prestigiosos científicos se permiten el lujo de ver cumplido otro sueño. La apertura del Museo de la Evolución Humana y del Centro Nacional de Investigación de la Evolución Humana ofrece un billete premiado a todos aquellos que hablaron de crear el “Museo de Atapuerca”. Junto a él, el llamado Sistema Atapuerca crea una conexión entre el Complejo de la Evolución Humana y los yacimientos, así como los centros de recepción de visitantes de las localidades de Ibeas de Juarros y Atapuerca. Para ello fue necesario contar con el decidido apoyo de la Junta que en todo momento vio Atapuerca como un tesoro que había que proyectar.

Fuente: ICAL

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